miércoles, 16 de febrero de 2022

Vídeos Dolor y sistema inmune


Con el objetivo de explicar a los pacientes de la Escuela del dolor la base fisiopatológica del dolor y que pudieran entender mejor el porqué de su síntoma, elaboré estos videos resumidos. Tratan de la inflamación de bajo grado y de cómo se relaciona con el dolor crónico. Aunque el dolor no era un tema a tratar en principio en este blog, pongo estos vídeos porque sí está vinculado a la inflamación de bajo grado, por lo que pueden resultar útiles a la hora de entender y aclarar conceptos que no hayan quedado claros en la entrada anterior. 


Video Dolor y Sistema Inmune parte 1


Video Dolor y Sistema Inmune parte 2



Inflamación de bajo grado. Cuando la inflamación no se ve.

   Uno de los descubrimientos médicos más importantes de las dos últimas décadas ha sido conocer que el sistema inmune y los procesos inflamatorios crónicos subyacen como base fisiopatológica de la gran mayoría de la patología que acontece en nuestros días. No solo vamos a tener las clásicas patologías de base inflamatoria crónica cuyo origen y proceso es más o menos conocido y objetivable; sino que se suma un conjunto numeroso de patologías cuya fisiopatología se sustenta sobre un nuevo concepto de inflamación. Es la llamada inflamación sistémica de bajo grado.

El Sistema Inmune (SI) está constituido por un gran ejército de millones de células de diferentes tipos repartidas por todos nuestros tejidos cuya función principal es la de defendernos de todo aquello que suponga una amenaza para el organismo (gérmenes, toxinas, alimentos, mutaciones, alérgenos, xenobióticos, etc). Él va a ser pues, el responsable de mediar la inflamación. La inflamación es una respuesta fisiológica puesta en marcha por el organismo cuyo principal objetivo es la reparación de tejidos dañados. Cuando una noxa nos agrede y existe un daño real o potencial en algún tejido, el sistema inmune pone en marcha una respuesta inflamatoria. A través de sustancias químicas (citoquinas y mediadores proinflamatorios) liberadas por células del propio tejido lesionado y células del sistema inmunitario locales activadas, se produce el reclutamiento de más células inmunitarias y cambios vasculares de la zona (vasodilatación y aumento de permeabilidad vascular) originando cambios estructurales y fisiológicos locales propios de la inflamación: calor, rubor, tumor, dolor y pérdida funcional.

La inflamación puede ser aguda o crónica  según el tiempo de duración. En la inflamación aguda el tiempo es limitado, unos días o semanas, según lo que tarde el SI en resolver el daño tisular que acontezca (ej. esguince, picadura de insecto). Puede ocurrir que el proceso inflamatorio se resuelva como es debido (curación) o que no sea así o bien porque la causa generadora de daño persista (ej cuerpo extraño, enfermedad autoinmune) o porque los mecanismos inmunorreguladores no consigan extinguir la inflamación, haciendo que se perpetúe en el tiempo, instaurándose la inflamación crónica. A diferencia de la inflamación aguda, la inflamación crónica no es capaz de reparar la lesión, incluso este mismo proceso es, en si mismo, generador de más daño tisular debido a la acción de radicales libres derivados del estrés oxidativo celular secundario a este proceso inflamatorio. En un intento fallido de reparación, el tejido dañado suple la falta de regeneración celular con la formación de fibrosis a expensas del tejido conectivo (colágeno), menoscabando la funcionalidad de dicho tejido(cicatrización). Tanto en la inflamación aguda como en la crónica, existirán cambios fisiológicos y estructurales en  los tejidos afectados (infiltración en los tejidos de células inflamatorias, cambios vasculares, fibrosis, angiogénesis, etc)

       

    

A diferencia de la inflamación clásica aguda o crónica, en la inflamación sistémica de bajo grado no van a existir cambios físicos visibles, ni daños tisulares estructurales concretos demostrables. El tejido afecto exhibe niveles altos de factores inflamatorios y células inmunitarias infiltradas sin que esto implique alteraciones estructurales o pérdida de funcionalidad. Esta inflamación trasciende al tejido afectado en sí, se implica el sistema  inmune de forma global. A nivel sistémico, los niveles de citoquinas y mediadores proinflamatorios circulantes (IL1b, IL 6, IL 8, IL17, TNF alfa, PCR...) están elevados en plasma y fluidos corporales. Lo suficiente como para no desencadenar una respuesta inflamatoria intensa, como la que vemos en un cuadro infeccioso (fiebre, tiritona, malestar general, postración, cefalea) pero sí retroalimentar un estado mínimo de activación del SI que cursa de forma sistémica, mantenida y silente durante años, incluso ya desde etapas precoces de la vida. Para que se instaure este tipo de inflamación se requiere el estímulo constante del sistema inmune por parte de noxas de diversa naturaleza (física, microbiológica, química, ambiental, emocional/psicológica) y la ineficacia de los mecanismos inmunorreguladores a la hora de extinguir la respuesta inflamatoria, fracasando en la restitución de la homeostasis (ej. mediadores lipídicos pro-resolución derivados de los ácidos grasos poliinsaturados: protectinas, resolvinas, etc) perpetuando el estado inflamatorio. Estas noxas van a ser múltiples y suponen una constante en el mundo actual, consecuencia de nuestros estilos de vida poco saludables: sedentarismo, obesidad, disbiosis intestinal, estrés, mala alimentación, carga tóxica, disregulación circadiana...

Para comprender la génesis y cronificación de este tipo de inflamación se debe entender la función coordinada de los tres grandes sistemas: sistema nervioso, sistema inmune y sistema endocrino y su conexión con el sistema digestivo. Hablamos pues del Sistema Psiconeuroinmunoendocrino. Entre estos tres sistemas se va a establecer una comunicación bidireccional a través de sustancias bioquímicas ( neurotransmisores, citoquinas y hormonas), participando todos de todos, repercutiendo el estado y función  de uno en los otros. La disfunción de este gran sistema favorecerá la instauración y cronificación de estados de inflamación sistémica de bajo grado. 

La repercusión a nivel fisiológico y clínico de esta IBG va a ser incierta y dependerá de múltiples factores propios del agente agresor (microorganismos, agentes carcinógenos...) y del organismo agredido (edad, sexo, alimentación, hábitos tóxicos, factores psicosociales, genética, epigenética, circunstancias biológicas como  microbiota, capacidad de reparación y desintoxicación, patología concomitante, etc). Las manifestaciones clínicas pueden ser muy diversas y el abanico de enfermedades  que reconocen a esta inflamación como pieza clave en su fisiopatología cada vez más amplio: enfermedades cardiometabólicas, aterosclerosis, síndrome metabólico, hipercolesterolemia, resistencia a la insulina, hipertensión arterial, diabetes tipo II, obesidad, enfermedades neurodegenerativas como Parkinson y Alzheimer, dolor neuropático, depresión o esquizofrenia. También aumenta la susceptibilidad al desarrollo de alergias, enfermedades autoinmunes, cáncer y contribuye al agravamiento de procesos inflamatorios agudos o crónicos (asma, dermatitis, enfermedades autoinmunes). 

Las consecuencias de una activación constante de las células del sistema inmune es el gran consumo de recursos (nutrientes, vitaminas, minerales...) y energía. Lo vemos claro por ejemplo cuando el SI se activa frente a una infección aguda. La mayoría de los requerimientos energéticos irán destinados al SI que debe luchar y para ello el organismo le dará prioridad, ahorrando y minimizando el consumo de energía en otros sistemas, para lo cual, disminuirá las funciones de estos sistemas ej: letargo, somnolencia, disminución de funciones cognitivas, reproductivas, falta de apetito). Así pues, también vamos a ver procesos derivados de la mala gestión de los requerimientos energéticos demandados por el SI en estados de IBG como son el síndrome de fatiga crónica o fibromialgia. 

Nuestros genes determinan nuestros puntos débiles, nuestra manera de enfermar (genética), pero va a ser nuestro ambiente (alimentación, estrés, microbiota, tóxicos, etc) el que propiciará inhibir o activar la expresión de dichos genes (epigenética). El perfil de patología al que nos enfrentamos hoy en día los profesionales de la salud es muy diferente al que se nos planteaba hace 100 años. Sin duda y como he planteado anteriormente, en nuestra manera de enfermar actual va a tener un papel relevante nuestros estilos de vida modernos poco saludables. Lo peor de todo es que nuestros niños y niñas no están exentos de estos estímulos nocivos y desde edades muy, muy tempranas se instauran estados patológicos de base inflamatoria. Lo veo a diario en mi consulta. Alergias alimentarias y respiratorias, asma, dermatitis atópica, obesidad, resistencia a la insulina, hipercolesterolemia, enfermedades autoinmunes como celiaquía, diabetes o psoriasis. Enfermedades que en otra época fueron poco prevalentes y hoy en día son la norma en nuestras consultas. Cada vez surgen más estudios que demuestran la existencia de estados inflamatorios de bajo grado desde los primeros años de vida programados ya desde la vida intraútero, condicionados por estados inflamatorios de bajo grado en la embarazada. Esta circunstancia  marcará una trayectoria en el recién nacido y niño que lo predispondrá al desarrollo de trastornos inflamatorios como los anteriormente mencionados. En los años sucesivos del niño, la persistencia del efecto de estos estímulos proinflamatorios y la genética/epigenética individual de cada uno, condicionará su manera de enfermar presente y futura. De ahí la importancia del papel preventivo de la Pediatría a la hora de incidir en la promoción de salud y adquisición de hábitos de vida saludable desde edades tempranas, donde será más fácil modificar conductas cambiando las dinámicas familiares.

Necesitamos un cambio de mentalidad en nuestros niños y sus familias. Que comprendan que la "enfermedad" no es solo una cuestión de "los genes que me tocaron y no hay más que hacer" o un problema que el médico deba resolver sin más. Debemos corresponsabilizarnos de nuestro estado de salud y enfermedad. Cada uno de nosotros podemos hacer mucho por trabajarnos esa salud, prevenir la enfermedad, hacernos más resistentes a ella cuando aparezca y combatirla mejor escogiendo formas de vivir más saludables.   






Algunos estudios...







 

 

sábado, 20 de octubre de 2018

Azúcar no, gracias.



  En los últimos años la humanidad se enfrenta a uno de los mayores problemas de salud pública que hasta el momento ha vivido. Me refiero al sobrepeso y obesidad. La tasa de obesidad y sobrepeso crece a un ritmo alarmante. No sólo en los países desarrollados, sino también en los que se encuentran en vías de hacerlo. Los últimos informes científicos concluyen que aproximadamente el 30% de la población mundial (2.100 millones) es obesa o tiene sobrepeso. La obesidad es un problema social que afecta de forma indiscriminada independientemente del sexo, edad, cultura, o ingresos. Para que nos hagamos una idea de la magnitud del problema con datos más cercanos a nosotros:
  • Entre 1975 y 2016 la prevalencia mundial de la obesidad se ha casi triplicado.
  • En España más de la mitad de los habitantes son obesos o tienen sobrepeso (54%) (22 millones de personas). En cuanto a los más jóvenes el 26% de niños y adolescentes (2,3 millones) son obesos o tienen sobrepeso. Casi la mitad de los niños entre 6 y 9 años tienen sobrepeso.
La obesidad supone el principal factor de riesgo prevenible para el desarrollo de enfermedades no transmisibles como enfermedades cardiovasculares (hipertensión arterial, cardiopatías, accidentes cerebrovasculares), diabetes, osteoartritis, cáncer (mama, próstata, endometrio, ovario, hígado, colon, etc). Sin tener en cuenta otros factores genéticos y biológicos (microbiota) que pueden influir en el desarrollo de este trastorno, el factor medioambiental va a ser decisivo. La adquisición de hábitos de vida poco saludables asociados a nuestro estilo de vida moderna, van a favorecer un desequilibrio energético entre calorías ingeridas y gastadas. Nuestros malos hábitos a la hora de comer alimentos muy procesados con alto valor calórico, ricos en grasas, azúcares añadidos y sal, junto con la creciente tendencia de llevar vidas sedentarias, contribuyen en gran manera al desarrollo de esta obesidad.
Hasta aquí no he dicho nada nuevo. Todo el mundo sabe que es bueno para nuestra salud hacer ejercicio y comer sano. Quizá esta concienciación social sea más evidente en lo referente a la ingesta excesiva de grasas y sal. No hay que recordarle a nadie que tiene que bajar la ingesta de grasas si quiere dejar peso. Es algo que ya está implícito en nuestra cultura y conocimiento popular. No hay más que ver la cultura de lo "light". La industria alimentaria ha encontrado un filón de oro con esta excusa y nos bombardean a diario en televisión, en las estanterías de los supermercados con un amplio abanico de "sanísimos" productos "light". Pocos son los que caen en la cuenta, de que por lo general, estos alimentos bajos en grasas son elaborados con mayores cantidades de azúcares y edulcorantes con el fin de conseguir texturas o sabores que se pierden al disminuir la carga de grasa.

Por desgracia no pasa igual con el azúcar.
La falta de reconocimiento, de que quizá nos estamos hinchando de azúcares sin saberlo o sabiéndolo y no darle la importancia suficiente, es una realidad. El ejemplo lo tengo a diario en mi consulta. Cuando les pregunto a las familias si sus hijos toman en casa azúcar, me suelen responder que no. Ellos creen controlar la ingesta de azúcar de sus hijos porque tienen el concepto de que no le echan activamente azúcar blanca a los alimentos. Pero no tienen en cuenta todas las variantes o equivalentes del azúcar y edulcorantes que vienen ocultos en todo tipo de alimentos procesados que consumen a diario. Y precisamente ésta, es la que más preocupa.


Azúcar natural vs azúcar añadida

El aporte de glucosa al organismo es necesario para la obtención de energía y el correcto funcionamiento de células, órganos y sistemas. De ahí que el organismo mantenga niveles de glucosa en sangre (glucemia) dentro de un rango óptimo. Esta glucosa procede en su gran parte de la ingesta de alimentos ricos en hidratos de carbono y de las reservas de azúcar en forma de glucógeno que se almacenan sobre todo en hígado y músculo. En situaciones de ayuno, el organismo también puede sintetizar glucosa a partir de nuestras reservas de proteínas y grasas. Los hidratos de carbono son biomoléculas compuestas por carbono, hidrógeno y oxígeno. Se clasifican en tres grupos según su estructura:


  1. Azúcares o hidratos de carbono simples: son compuestos que confieren sabor dulce a los alimentos de forma natural o artificial. En la industria alimentaria se adiccionan para mejorar el sabor, la textura y conservación de los alimentos. Pasan libremente la pared intestinal y provocan un rápido aumento de la glucemia. Pueden ser: 
                   o Monosacáridos. Son los constituidos por una sola molécula de azúcar.  
                                                  Son la glucosa, fructosa, ribosa y galactosa.
                   o Disacáridos. Son los compuestos por dos moléculas de azúcar: maltosa, 
                                            sacarosa y lactosa.
                   o Alcoholes azucarados o polioles: manitol (E 421), xilitol (E 967), sorbitol (E 420)
                                                                               isomaltosa (E953), lactitol (E966), 
                                                                               maltitol (E 965) y eritritol (E 968).
      
      2. Oligosacáridos. Son polímeros constituidos por 3 a 10 monosacáridos. 
          Son los alfaglucanos los fructooligosacáridos (FOS) y galactooligosacáridos (GOS)
          Son no digeribles y hacen la función de prebióticos. En la industria alimentaria 
          encontramos la maltodextrina.
   
      3. Carbohidratos complejos o polisacáridos. Están conformados por más de 10 
          monosacáridos. Se clasifican en almidones y fibra dietética. Se encuentran en alimentos 
          como hortalizas, legumbres, cereales, tubérculos. Requieren un proceso de digestión y 
          transformación para sacar la energía (glucosa) de ellos y por lo tanto permiten que el 
          nivel de glucosa en la sangre se eleve de forma más progresiva. Función prebiótica.

¿ Qué son azúcares naturales?

Aquellos que se encuentran naturalmente en los alimentos enteros y frescos como verduras, frutas y lácteos. Por ejemplo: sacarosa, lactosa, sorbitol, fructosa, etc.

¿ Qué son azúcares libres o añadidos?

Son  todos aquellos que se añaden de forma artificial a los alimentos procesados para conseguir unas características determinadas en cuanto al sabor, textura o conservación. Entran dentro de este grupo el azúcar común o sacarosa y todos sus equivalentes, así como mieles o jarabes. ej: azúcar moreno o de caña, panela, azúcar invertida, miel, fructosa, jarabe de maiz o de malta o de arce, melaza, dextrosa, dextrinomaltosa, sirope de ágave, azúcar de coco, caramelo, manitol, xilitol, sorbitol, etc. La OMS también considera "azúcares libres" los procedentes de jugos de frutas, aunque sean en origen elaborados a partir de fruta natural (se les retira todo el componente fibroso de la fruta y se dejan los azúcares concentrados y libres). 


Efectos negativos del consumo abusivo de azúcar

El que el ser humano se sienta atraído por alimentos de sabor dulce no es nada raro ni exclusivo de nuestra especie. Poder disfrutar de fruta madura o panales de miel para muchas especies animales supone un festín. El problema es que lo que para ellos o nuestros ancestros era la excepción, en nuestros días se hace la norma. El consumo abusivo de azúcares añadidos y sus efectos nocivos sobre la salud, empieza a ser un problema reconocido y muy debatido.
Desde finales del siglo XVII ya es conocida la relación que se establece entre consumo abusivo de azúcares añadidos y la alteración de procesos fisiológicos y su implicación en el desarrollo de enfermedades de diversa índole cardiovaculares, endocrino-metabólicas y mentales. Diabetes, resistencia a la insulina, dislipemia, sobrepeso y obesidad, hígado graso, algunos tipos de cáncer (mama, pulmón, prostata, colorrectal), patología bucal (caries), hiperactividad, síndrome premenstrual o enfermedades mentales por su efecto en el comportamiento y en el ánimo.

¿Pero cómo algo tan bueno puede ser tan malo?

"Nada es veneno, todo es veneno. Al veneno no lo hace la sustancia sino la dosis" Paracelso s.XVI

No hay nada de malo en tomar de forma equilibrada y moderada azúcares naturalmente contenidos en los alimentos. El problema es que se nos ha ido de las manos . Lo tomamos a todas horas, consciente e inconscientemente, natural o añadido, cuando estamos tristes y cuando estamos felices, todos los días de nuestra vida . Cuanto más lo tomamos más lo buscamos. Muchos lo consideran una verdadera adicción. Investigaciones recientes presentan nuevas evidencias científicas de que el azúcar puede llegar a actuar como una sustancia adictiva capaz de producir efectos neuroquímicos a nivel cerebral similares a los provocados  por otras drogas como la cocaína, morfina o nicotina.

La adicción se define  como el uso compulsivo incontrolable de una droga de abuso a expensas de casi toda las actividades cotidianas y en ciclos que cada vez se intensifican más. Para que se desarrolle una adicción tiene que verse implicado a nivel cerebral el "circuito de recompensa o placer". Se trata de un circuito neuronal de una zona concreta de nuestro cerebro, liberador de dopamina cuando es activado. La dopamina es el neurotransmisor  encargado de regular la emoción, la motivación y los sentimientos de placer. Este circuito es básico para nuestra supervivencia. De él depende la realización de actividades placenteras como la alimentación, reproducción, experimentación de vivencias nuevas o el aprendizaje. También otras que no son tan placenteras pero que tienen su recompensa, como es pasar un mal rato en el pediatra pero irte contento con una pegatina chulísima, jijiji.
El consumo de algunas sustancias como las drogas o algunas conductas como el juego, nuevas tecnologías o consumismo compulsivo tienen el efecto de activar este circuito del placer, reforzando la práctica de estas conductas y generando adicciones. La ingesta de azúcar tiene la capacidad de activar este circuito de recompensa y liberar grandes cantidades de dopamina, lo que hace que cada vez la busquemos más y nos sintamos mejor consumiéndola. No ocurre igual con el brócoli ¿verdad? La producción de dopamina que puede generar su consumo es baja y por lo tanto, la motivación por comerlo sólo por el gusto de comerlo, también serlo. La motivación por comerlo podría aumentar si tienes consciencia de que es saludable y bueno para tu salud o tienes mucha hambre y no hay otras opciones por ejemplo. Quizá eso explique porqué cuesta tanto a niños e incluso a adultos comer determinados alimentos.

Recomendaciones de la OMS

En la actualidad no están bien definidas las cantidades de hidratos de carbono que precisa la dieta humana para garantizar una salud óptima. La capacidad de nuestro organismo de sintetizar hidratos de carbono a partir de otros nutrientes como proteínas y grasas garantiza, siempre y cuando el aporte de éstos sea el suficiente, que a nuestras células no les falte sus hidratos de carbono aunque en la dieta sean bajos. A pesar de ello las recomendaciones en países occidentales indican que los hidratos de carbono deben aportar entre el 55-60% del total de la energía de la dieta. Según la nueva directriz sobre ingesta de azúcares para adultos y niños de la Organización Mundial de la Salud recomienda reducir el consumo de azúcares libres a lo largo del ciclo de la vida. Considera que menos del 10% de la energía total consumida diaria debe ser aportada por los azúcares libres para todas las edades. Una reducción  por debajo del 5% de la ingesta calórica total  produciría beneficios adicionales para la salud. Esto equivaldría a unos 25 g/día de azúcar añadidos para una dieta de 2000 Kcal (1g azúcar = 4 Kcal).
La recomendación de la directriz se centra en el consumo de azúcares libres que son los que efectivamente han demostrado efectos negativos. Estos incluyen los azúcares simples añadidos a alimentos por fabricantes, cocineros o consumidores, así como los azúcares presentes de forma natural en la miel, jarabes, jugos de frutas y concetrados de jugo de frutas. Los azúcares intrínsecos, presentes naturalmente en lácteos, frutas y verduras frescas enteras no han demostrado tener efectos adversos en la salud (independientemente de las intolerancias individuales). Por lo tanto estas recomendaciones no se aplican al consumo de estos alimentos.

Edulcorantes artificiales

Los edulcorantes son aditivos alimentarios que otorgan un sabor dulce a los alimentos. En función de su contenido energético se clasifican en:
  • Nutritivos o calóricos. Su ingesta aporta calorías, generalmente 4 kcal por gramo. Son todos los anteriormente mencionados. El azúcar y sus equivalentes. También se incluyen los polioles.
  • No nutritivos o no calóricos. Su ingesta aporta ninguna o mínimas calorías. Tienen un poder endulzante tan elevado que las cantidades  necesarias para endulzar y su aporte energético son insignificantes. Pueden ser sintéticos o naturales.
               o Sintéticos: aspartamo (E 951), acesulfamo potásico (E 950), sacarina (E 954), 
                  ciclamato (E 952), sucralosa (E 955),  neotamo (E961). 
               o Naturales: taumatina (E 957), glucósidos de esteviol (E 960).

El consumo de edulcorantes no calóricos data de hace más de un siglo. Sin embargo se ha disparado en las últimas décadas. La búsqueda por determinados sectores de población (diabéticos,obesos...) de alternativas al azúcar libres de efectos negativos, ha hecho que surjan una gran variedad de edulcorantes hipocalóricos y su consumo se generalice.
Aunque hasta el momento se han estado usando de forma segura, los estudios científicos acerca de los efectos sobre la salud de estos aditivos, son escasos en humanos. Estudios recientes en animales plantean que quizá estas sustancias no son tan inocuas como se pensaba. Estos edulcorantes son aprobados para su consumo por las asociaciones pertinentes, basándose en unos valores de Ingesta Diaria Admisible (IDA), que varían según el edulcorante. El hecho de que estén en multitud de alimentos que ingerimos cotidianamente hace difícil conocer la cantidad real de edulcorantes que ingerimos de forma global y si están o no sobrepasando los IDA. El consumo de estos aditivos induce a la población a seguir teniendo hábitos alimentarios poco saludables. Mantienen el gusto por "lo dulce" justificándolo con que son alimentos más saludables por no tener azúcares añadidos e incluso inducen un mayor consumo de alimentos procesados poco recomendables, favoreciendo que el consumo de calorías totales sea incluso mayor. El efecto de "enganche" al sabor dulce con los edulcorantes no calóricos es el mismo que puede generarse con el azúcar. La exposición frecuente a edulcorantes puede inducir cambios en la microbiota intestinal y favorecer estados de disbiosis. Esta alteración puede conllevar cambios en el metabolismo de los nutrientes y mayor absorción y asimilación de la energía (hidratos de carbono y grasas), favoreciendo la obesidad entre otros trastornos.

Conclusiones

Una vez dicho todo esto podríamos llegar a varias conclusiones: 

  1. Debemos tomar azúcares naturalmente contenidos en los alimentos no procesados (verduras, frutas, lácteos) 
  2. Evitar la ingesta de "azúcares libres o añadidos" en los alimentos. Debemos buscar alternativas nutricionales con bajo contenido en azúcares. Esto es en sólidos 5 g de azúcar/100 g de producto y en líquidos  2,5 g de azúcar /100 ml de producto.
  3. Tanto en niños como en adultos las calorías aportadas por azúcares simples no deberán sobrepasar el 10% de la ingesta calórica total. Mucho mejor si la limitamos al 5%. Como regla general no sobrepasar los 25 g de azúcares añadidos al día.
  4. Los edulcorantes no calóricos no son mejores que los calóricos, sin embargo tomados con moderación, pueden ser una opción para determinados pacientes que deben controlar sus niveles de glucemia o controlar el aporte calórico. Su consumo no sería necesario en la población general.
  5. La ausencia de efectos negativos en los edulcorantes no calóricos no está clara. Hacen falta más estudios en humanos.
  6. Lo conveniente sería la no necesidad de tomar alimentos edulcorados. Aprender a disfrutar y apreciar los sabores naturales de los alimentos.



A continuación os dejo una pagina web sinazucar.org. Se trata de un proyecto que denuncia a través de imágenes la cantidad de azúcar presente en bebidas, cereales, salsas y otros productos industriales. Os recomiendo que le echéis un vistazo. Es muy ilustrativo y ayuda a que tomemos conciencia de la magnitud del problema.