Salud Emocional


El estrés. Motivo de enfermedad.


El estrés, también conocido como respuesta de ataque o huida, reacción general de alarma o síndrome general de adaptación. Actualmente se considera en gran medida el responsable de múltiples patologías que tienen lugar entre la población de nuestro mundo moderno. No sólo es un  problema que afecte a la población adulta. Nuestros niños y niñas, desde edades muy tempranas, sufren las consecuencias de este estilo de vida de "infarto" y de unos padres estresados. Una vida con demasiadas prisas y demasiadas obligaciones, donde se hace  difícil parar y tener algo de tiempo para sencillamente hacer "nada".

Sin embargo, el estrés en la cantidad e intensidad adecuados no es dañino. Todo lo contrario. Es una respuesta natural y totalmente necesaria de nuestro organismo, que busca prepararnos para actuar o escapar ante posibles amenazas. Gracias a esta respuesta fisiológica el ser humano trata de asegurar su supervivencia y adaptarse a su medio. Este tipo de estrés positivo, es el que nos incentiva a crecer, nos permite enfrentar nuevos retos y tener un rendimiento óptimo en nuestras actividades diarias.



Así pues, si tuviéramos un león delante de nosotros dispuesto a engullirnos, esta respuesta de estrés pondría en marcha todos los mecanismos necesarios para asegurarnos emitir una respuesta motora lo más eficaz posible (trepar a un árbol, salir corriendo), que consiguiera salvar nuestra vida. Por suerte hoy en día no nos tenemos que preocupar de que un león nos desayune. Pero en nuestra vida diaria vamos a estar expuestos a múltiples estímulos estresantes o estresores capaces de desencadenar en nosotros la misma respuesta de estrés. Esos estímulos estresantes pueden ser:
  • Físicos: traumatismos, agresión física, infecciones crónicas, calor o frío intensos, cirugía, dolor, parto, hemorragia, hipoglucemia severa, alergias, falta de sueño, deshidratación, etc.
  • Psicológicos. Mentales o emocionales: emociones fuertes en general tanto positivas como negativas (enlace matrimonial, aborto...), relación amorosa, discusión, ruptura de pareja o divorcio, maltrato psicológico, presión por carga de trabajo excesivo, demasiadas obligaciones, pérdida de personas queridas, pérdida de trabajo, etc.
Tanto las situaciones placenteras como las indeseables provocarán los mismos cambios fisiológicos en los individuos, pues se trata de una respuesta estereotipada. 

Cuando el estresor es de baja intensidad, puntual en el tiempo o no es capaz de generar en nosotros una respuesta exagerada, se considera un estrés positivo (leve) o tolerable (algo más intenso).

El problema surge cuando el estrés se vuelve una constante en nuestra vida y pasa a ser un estrés "tóxico" o distrés. Ya sea porque estamos expuestos a estresores de forma mantenida o la intensidad es muy elevada o la respuesta biológica que llega a desencadenar en nosotros es exagerada, descontrolada y prolongada en el tiempo. En esta respuesta además de tener que ver la intensidad y frecuencia del estimulo estresante, va a ser fundamental el cómo el individuo enfrenta y gestiona su carga de estrés. De qué armas dispone para moderar su intensidad. Así factores genéticos, edad, tipo de personalidad, disponibilidad de relaciones de apoyo, grado de inteligencia emocional, presencia de creencias irracionales, estilo de vida (nutrición, actividad física...) pueden ser condicionantes a la hora de moderar o incrementar el grado de respuesta al estrés. 
Los efectos biológicos de este estrés "toxico" son devastadores y acumulativos. Lleva al individuo a una situación de agotamiento crónico físico y mental. A un desgaste de los sistemas que favorece el desarrollo de un amplio abanico de enfermedades mentales (ansiedad, depresión), cardiovasculares (hipertensión, arritmias, infartos), trastornos hormonales, infertilidad, esterilidad, envejecimiento acelerado, problemas digestivos (gastritis, diarreas, disbiosis intestinal), cutáneos (dermatitis, sequedad, alopecia), debilidad del sistema inmunitario (infecciones de repetición), etc.
¡Imaginaos cómo acabaríamos si nos topáramos diez veces en el día con el león hambriento de antes!¡Destrozados! Más o menos como acabamos después de un día intenso de trabajo, niños, casa y mil extras más.

Todos sabríamos decir qué síntomas aparecen en una situación de estrés y cómo nos hace sentir. El corazón nos late más fuerte y deprisa, sube la tensión arterial, la respiración se agita, sudamos, nuestros músculos se tensan, subimos el nivel de alerta, reaccionamos de forma impulsiva y mantenemos una actitud defensiva. Para que la respuesta de estrés se desarrolle es necesario el funcionamiento coordinado de tres sistemas o ejes: neural, neuroendocrino y endocrino. A pesar de la complejidad del tema, intentaré explicaros de una manera sencilla el funcionamiento de estos tres sistemas:

  1. Eje neural o nervioso. Es el que se activa en los primeros segundos tras la percepción del estimulo estresante. Una vez procesado el estímulo nuestro Sistema Nervioso Central (cerebro y médula espinal) emite órdenes nerviosas a nuestros músculos y órganos a través de los nervios periféricos para prepararnos. La parte del sistema nervioso que controla la función de nuestros órganos en situación de estrés es el llamado Sistema Nervioso Autónomo Simpático. Funciona de forma autónoma, es decir, independiente de nuestra voluntad, a partir de la liberación de adrenalina y noradrenalina (catecolaminas) por las fibras nerviosas. En esta fase si desaparece el estimulo estresante en pocos minutos se retorna a la situación de normalidad sin consecuencias negativas.
  2. Eje neuroendocrino. Para que se dispare esta respuesta el estímulo estresante debe ser más prolongado o repetirse intermiténtemente. Se inicia más tarde pero dura más. Una vez procesado el estímulo estresante los centros nerviosos superiores activan el Sistema Nervioso Autónomo Simpático que estimula la médula de la glándula suprarrenal que liberará grandes cantidades de adrenalina y noradrenalina (catecolaminas). Esto hace que se mantenga la respuesta que ya se inició en la primera fase. Esta respuesta tampoco implica daño en nuestro organismo.
  3. Eje endocrino u hormonal. La activación de este eje es de inicio más lento pero su duración es larga (horas o días). La respuesta ocurre gracias a la activación del eje hipotálamo-hipófisis-corteza suprarrenal, gracias a la participación de hormonas. El resultado será la liberación de cortisol (hormona del estrés) por la glándula suprarrenal. Cuando se activa este eje es porque existe un nivel de estrés más o menos mantenido en el tiempo y entraríamos en la "fase de agotamiento". La consecuencia de la acción mantenida de altos niveles de cortisol será, el agotamiento sistémico, fallo en la función de órganos y sistemas, pérdida de energía y aparición por último de múltiples enfermedades digestivas, cutáneas, mentales, ginecológicas, cardiovasculares, endocrino-metabólicas, inmunitarias, etc. 
  




Estrés e inmunidad

De sobra es conocido el gran impacto que tiene el estrés sobre la respuesta inmunológica. Existe una estrecha y coordinada relación entre sistema nervioso central (SNC), sistema endocrino (SE) y sistema inmunológico (SI). En situación de distrés el SNC estimula, con la ayuda del sistema endocrino, la liberación del cortisol y catecolaminas. Las que inducirán un desequilibrio en la respuesta celular del sistema inmunitario, aumentando el riesgo de padecer infecciones, desarrollar cáncer y enfermedades autoinmunes. Menos conocida es la influencia del SI sobre el SNC. Se sabe que los linfocitos y otras células del SI también producen neurotransmisores y citoquinas capaces de influir  en el estado de excitación del SNC e inducir una respuesta de estrés. A grandes rasgos y de forma simplificada para que podáis comprender mejor la explicación. Los linfocitos T, un tipo de células del SI, tienen la capacidad de diferenciarse en dos subtipos Th1 o Th2 en función de la actividad que desempeñen. Los linfocitos Th1 se encargarán de la defensa (lucha contra virus ,bacterias, mutaciones, etc) y los linfocitos Th2 se encargarán de la respuesta alérgica entre otras. Pues bien. Se sabe que el estrés  agudo inhibe la respuesta Th1 de los linfocitos provocando un desequilibrio a favor de un exceso de respuesta Th2. El resultado es la pérdida de respuesta defensiva antiviral, antibacteriana, antitumoral, frente a una mayor respuesta atópica (dermatitis, urticaria, asma, rinitis, etc), desarrollo y exacerbación de alergias e intolerancias. El estrés grave y mantenido  tiene como consecuencia la liberación de grandes cantidades de histamina. Esta histamina contribuirá a exacerbar los síntomas tanto de alergia como de histaminosis alimentaria no alérgica (HANA).  


Estrés y microbiota intestinal 

Existe una conexión bidireccional entre el SNC y el sistema gastrointestinal. Varias vías  comunican ambos sistemas. La vía nerviosa a través del Sistema Nervioso Autónomo Enteral, la vía hormonal gracias al eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal con la liberación del cortisol y la presencia de un sistema de células especiales enteroneuroendocrinas, repartidas por todo el tracto digestivo, capaces de producir neurotransmisores y sustancias con efecto hormonal. De tal modo que lo que suceda en un sistema, va a repercutir en el estado del otro.
El estrés altera funciones gastrointestinales como la permeabilidad intestinal, motilidad, sensibilidad visceral, flujo sanguíneo, secreciones y cambios de pH, etc. Todos hemos podido experimentar en alguna ocasión los síntomas digestivos derivados de una situación de estrés. Ej: dolor abdominal y diarrea antes de un examen. A la presencia de síntomas físicos desencadenados por un estado mental o emocional de estrés es lo que se conoce como somatización.
Cada vez son más numerosos los estudios que demuestran que esta conexión se establece también con una parte fundamental de nuestro tracto digestivo. Me refiero a la flora intestina. Ya se habla del eje cerebro-intestino-microbiota. Y cada vez más, es reconocido el papel fundamental que juega la presencia de una microbiota saludable en el mantenimiento del estado de salud tanto física como mental. El poder regulador que ejerce la microbiota sobre el sistema inmune y sobre el sistema gastrointestinal se ha tratado en temas anteriores. Con respecto a la conexión microbiota-cerebro, es capaz de influir en las conductas, emociones, apetencias y pensamientos de la persona y viceversa. Situaciones de estrés emocional mantenido pueden modificar o inducir desequilibrios en la microbiota. A su vez estos desequilibrios en la microbiota van a afectar en la respuesta o resistencia ante el estrés. Esta relación cerebro-emociones y microbiota está en vías de estudio y aún queda mucho por investigar. Pero ya se sabe que determinados tipos de bacterias de la microbiota (lactobacillus y bifidobacterium) sintetizan sustancias capaces de influir en  nuestro estado psicoemocional. Una de esas sustancias es el ácido gamma-aminobutírico. Neurotransmisor que se encarga de regular muchos procesos psicológicos y cuya disfunción está relacionada con la ansiedad y la depresión. También es el caso de la serotonina. Otro neurotransmisor presente en grandes cantidades a nivel intestinal, con gran influencia en los circuitos cerebrales implicados en la regulación del estado de ánimo. 
Se cree que la microbiota juega un papel importante en el neurodesarrollo cerebral en edades tempranas de la vida (tanto prenatal como postnatal) que puede tener sus consecuencias en edades posteriores. Estas alteraciones de la microbiota pueden verse reflejadas en nuestra percepción del dolor, la reacción frente al estrés, nuestra neuroquímica, funciones conductuales, etc. Aunque aún no hay nada demostrado, se baraja la posibilidad de que la microbiota sea capaz de modificar genes de riesgo o que forme parte de mecanismos que alteran las funciones cognitivas que podrían explicar en parte la patogénesis de enfermedades cerebrales como Parkinson, Alzheimer o autismo.


¿Qué es la salud emocional?


La salud se entiende como el estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Hoy asumimos, que la salud es un proceso en el cual el individuo se desplaza sobre un eje salud-enfermedad. Acercándose a uno u otro extremo según se refuerce o rompa el equilibrio biopsicosocial, en interacción dinámica con el medio en el que vive. Estas tres áreas, física, mental y social, están íntimamente relacionadas de tal modo que la afectación de un área repercutirá inevitablemente en el estado de las otras dos. Así por ejemplo si me diagnostican una enfermedad más o menos grave supondrá una emoción inicialmente negativa en mí, que si no sé correctamente gestionarla puede desencadenar la afectación en mi estado mental (depresión) o social (aislamiento). O bien, el niño o niña que sufre acoso escolar. El trastorno social le genera un estado de estrés emocional que si se mantiene en el tiempo repercute en su estado de salud física (diarrea, dolor abdominal, cefalea, dermatitis...) y mental (ansiedad, baja autoestima, agresividad...).
Así pues, una parte importantísima de nuestra salud es la salud mental, que se conoce como el estado de bienestar emocional y psicológico en el cual un individuo puede utilizar sus capacidades cognitivas y emocionales, funcionar en sociedad y resolver las demandas y conflictos de la vida diaria. El bienestar o salud emocional se refiere a cómo nos sentimos con nosotros mismos, la calidad de nuestras relaciones y la capacidad para gestionar nuestras emociones y afrontar y sobreponernos a las dificultades de la vida (resiliencia).

Las personas con buena salud emocional son aquellas que mantienen una coherencia entre lo que piensan, lo que sienten y lo que hacen. Se aceptan tal y como son (autoestima) pero son capaces de  ver sus fallos y proponerse mejorar (ven en positivo, motivación). Establecen relaciones positivas con su entorno. No pierden el control sobre los sentimientos, pensamientos y comportamientos derivados de una emoción. Son conscientes de sus emociones (ira) y saben manejar y gestionar sus sentimientos (odio). Relativizarlos de tal manera que no les afecte demasiado (estrés emocional). También son capaces de ver cuando una situación dañina se escapa a su control y se hace necesario buscar ayuda.


Inteligencia emocional

La inteligencia emocional es la parte de la inteligencia  que tiene  que ver con cómo gestionamos nuestras emociones y pensamientos. Al igual que la inteligencia racional puede estar sujeta en parte a factores genéticos. La buen noticia es que se puede entrenar y desarrollar a lo largo de nuestra vida, desde que somos niños. De ahí la importancia de los padres a la hora de potenciarla. Está determinada por las vivencias propias, por la herencia emocional (familiar, cultural, etc), nuestra personalidad y nuestras circunstancias vitales. Es la habilidad para percibir, evaluar y expresar con exactitud la emoción tanto propia como ajena, para poder entender y regular esas emociones y poder generar sentimientos adecuados a esas emociones.


Nuestra labor como padres será la de darles  armas  para potenciar esa inteligencia emocional. Educar desde el respeto, reforzando las conductas positivas, fomentando la seguridad y confianza en sí mismos, potenciando su autoestima y su motivación. Enseñarles a enfrentar sus miedos, a ser asertivos y empáticos, a tolerar su frustración y a tener una visión positiva de la vida. Potenciar estas habilidades en ellos los hará niños y niñas más felices y adultos más capaces y estables.
La gran pega de esto es que los padres no lo sabemos todo. Por lo general hacemos con nuestros hijos lo que hicieron con nosotros, tanto lo bueno como lo malo. Y aunque, sin ninguna duda, actuamos con la mejor de las intenciones, no siempre es lo más conveniente. Por eso, de nosotros depende cuestionarnos y superarnos. Para ser sus mejores ejemplos. ¡Nadie dijo que fuera fácil!
El estado de bienestar emocional se verá amenazado por factores externos e internos en muchas ocasiones a lo largo de la vida. De nuestro "discurso interior" dependerá restablecerlo lo antes posible.


Mi hijo tiene estrés. ¿Cómo lo combato?


Los niños desde edades muy tempranas se exponen a situaciones estresantes, ya sea por presiones externas (colegio, familia, amigos, etc) como internas (autoexigencia, falta de coherencia entre lo que pienso y hago). A veces hechos aparentemente inocuos y banales, les supone un problema emocional. Separarse de sus padres, sentir que no les dedican el tiempo suficiente, presiones académicas (tareas) o sociales (encajar en el grupo), vivir tensiones y problemas ajenos, sobrecarga de actividades y no disponer de tiempo para juego libre y creativo, noticias negativas y catastrofistas, exceso de estímulo audiovisual con el uso de nuevas tecnologías, etc.
Los síntomas y signos que nos pueden hacer sospechar una situación de estrés emocional son muy variados. Pueden presentar:

  • Trastornos del sueño como insomnio, pesadillas, etc.
  • Pérdida de apetito, dolor de cabeza o dolor abdominal, cambios en el hábito intestinal (siempre descartar organicidad)
  • Alteración del estado de ánimo. Rabietas, llanto, conductas negativistas-desafiantes, agresividad, etc.
  • Aparición de miedos, falta de concentración y disminución del rendimiento escolar.
  • Aparición repentina de enuresis nocturna (orinarse en la cama) cuando ya lo había controlado.
  • Regresión a comportamientos de la infancia, ej: chuparse el dedo. 
  • Ansiedad, nerviosismo, impulsividad.
  • Reacciones exageradas a problemas menores.


Medidas para minimizar el estrés:

  • Dialogar y encontrar la causa generadora de estrés, para poder entenderla y combatirla.
  • Tener un buen estilo de vida. Buena nutrición, dieta balanceada rica en carbohidratos complejos, frutas y vegetales, baja en sal, azúcares y grasas saturadas. Evitar el abuso de alcohol, cafeína y nicotina (tabaco). Practicar ejercicio físico regularmente, aprender a relajarse (yoga, meditación, mindfulness), dormir diariamente el tiempo necesario para cada cual, tener tiempo libre, realizar actividades placenteras (reuniones con amigos, hobbies, jugar, salidas a la naturaleza, etc)
  • Tener un buen ambiente social. Rodearse de amigos fiables, buenos compañeros de trabajo o colegio, familiares y gente querida, que hará que nos sintamos queridos y comprendidos y sobrellevemos mejor la situación.
  • Potenciar la inteligencia emocional. Fomentar la actitud positiva, asertividad, tolerancia a la frustración, empatía, paciencia, desterrar falsas creencias, potenciar se autoestima y confianza, reconocer sus logros y capacidades.
  • Buscar ayuda de profesionales cuando la situación es difícil de controlar.






Enlaces y lecturas recomendadas:

"El cerebro del niño explicado a los padres"
"Niños sanos, adultos sanos"
"Las maravillas de la flora"
www.edurespeta.com
www.elperiódico.com."El estrés emocional crónico puede iniciar el proceso de un cáncer"