miércoles, 16 de febrero de 2022

Inflamación de bajo grado. Cuando la inflamación no se ve.

   Uno de los descubrimientos médicos más importantes de las dos últimas décadas ha sido conocer que el sistema inmune y los procesos inflamatorios crónicos subyacen como base fisiopatológica de la gran mayoría de la patología que acontece en nuestros días. No solo vamos a tener las clásicas patologías de base inflamatoria crónica cuyo origen y proceso es más o menos conocido y objetivable; sino que se suma un conjunto numeroso de patologías cuya fisiopatología se sustenta sobre un nuevo concepto de inflamación. Es la llamada inflamación sistémica de bajo grado.

El Sistema Inmune (SI) está constituido por un gran ejército de millones de células de diferentes tipos repartidas por todos nuestros tejidos cuya función principal es la de defendernos de todo aquello que suponga una amenaza para el organismo (gérmenes, toxinas, alimentos, mutaciones, alérgenos, xenobióticos, etc). Él va a ser pues, el responsable de mediar la inflamación. La inflamación es una respuesta fisiológica puesta en marcha por el organismo cuyo principal objetivo es la reparación de tejidos dañados. Cuando una noxa nos agrede y existe un daño real o potencial en algún tejido, el sistema inmune pone en marcha una respuesta inflamatoria. A través de sustancias químicas (citoquinas y mediadores proinflamatorios) liberadas por células del propio tejido lesionado y células del sistema inmunitario locales activadas, se produce el reclutamiento de más células inmunitarias y cambios vasculares de la zona (vasodilatación y aumento de permeabilidad vascular) originando cambios estructurales y fisiológicos locales propios de la inflamación: calor, rubor, tumor, dolor y pérdida funcional.

La inflamación puede ser aguda o crónica  según el tiempo de duración. En la inflamación aguda el tiempo es limitado, unos días o semanas, según lo que tarde el SI en resolver el daño tisular que acontezca (ej. esguince, picadura de insecto). Puede ocurrir que el proceso inflamatorio se resuelva como es debido (curación) o que no sea así o bien porque la causa generadora de daño persista (ej cuerpo extraño, enfermedad autoinmune) o porque los mecanismos inmunorreguladores no consigan extinguir la inflamación, haciendo que se perpetúe en el tiempo, instaurándose la inflamación crónica. A diferencia de la inflamación aguda, la inflamación crónica no es capaz de reparar la lesión, incluso este mismo proceso es, en si mismo, generador de más daño tisular debido a la acción de radicales libres derivados del estrés oxidativo celular secundario a este proceso inflamatorio. En un intento fallido de reparación, el tejido dañado suple la falta de regeneración celular con la formación de fibrosis a expensas del tejido conectivo (colágeno), menoscabando la funcionalidad de dicho tejido(cicatrización). Tanto en la inflamación aguda como en la crónica, existirán cambios fisiológicos y estructurales en  los tejidos afectados (infiltración en los tejidos de células inflamatorias, cambios vasculares, fibrosis, angiogénesis, etc)

       

    

A diferencia de la inflamación clásica aguda o crónica, en la inflamación sistémica de bajo grado no van a existir cambios físicos visibles, ni daños tisulares estructurales concretos demostrables. El tejido afecto exhibe niveles altos de factores inflamatorios y células inmunitarias infiltradas sin que esto implique alteraciones estructurales o pérdida de funcionalidad. Esta inflamación trasciende al tejido afectado en sí, se implica el sistema  inmune de forma global. A nivel sistémico, los niveles de citoquinas y mediadores proinflamatorios circulantes (IL1b, IL 6, IL 8, IL17, TNF alfa, PCR...) están elevados en plasma y fluidos corporales. Lo suficiente como para no desencadenar una respuesta inflamatoria intensa, como la que vemos en un cuadro infeccioso (fiebre, tiritona, malestar general, postración, cefalea) pero sí retroalimentar un estado mínimo de activación del SI que cursa de forma sistémica, mantenida y silente durante años, incluso ya desde etapas precoces de la vida. Para que se instaure este tipo de inflamación se requiere el estímulo constante del sistema inmune por parte de noxas de diversa naturaleza (física, microbiológica, química, ambiental, emocional/psicológica) y la ineficacia de los mecanismos inmunorreguladores a la hora de extinguir la respuesta inflamatoria, fracasando en la restitución de la homeostasis (ej. mediadores lipídicos pro-resolución derivados de los ácidos grasos poliinsaturados: protectinas, resolvinas, etc) perpetuando el estado inflamatorio. Estas noxas van a ser múltiples y suponen una constante en el mundo actual, consecuencia de nuestros estilos de vida poco saludables: sedentarismo, obesidad, disbiosis intestinal, estrés, mala alimentación, carga tóxica, disregulación circadiana...

Para comprender la génesis y cronificación de este tipo de inflamación se debe entender la función coordinada de los tres grandes sistemas: sistema nervioso, sistema inmune y sistema endocrino y su conexión con el sistema digestivo. Hablamos pues del Sistema Psiconeuroinmunoendocrino. Entre estos tres sistemas se va a establecer una comunicación bidireccional a través de sustancias bioquímicas ( neurotransmisores, citoquinas y hormonas), participando todos de todos, repercutiendo el estado y función  de uno en los otros. La disfunción de este gran sistema favorecerá la instauración y cronificación de estados de inflamación sistémica de bajo grado. 

La repercusión a nivel fisiológico y clínico de esta IBG va a ser incierta y dependerá de múltiples factores propios del agente agresor (microorganismos, agentes carcinógenos...) y del organismo agredido (edad, sexo, alimentación, hábitos tóxicos, factores psicosociales, genética, epigenética, circunstancias biológicas como  microbiota, capacidad de reparación y desintoxicación, patología concomitante, etc). Las manifestaciones clínicas pueden ser muy diversas y el abanico de enfermedades  que reconocen a esta inflamación como pieza clave en su fisiopatología cada vez más amplio: enfermedades cardiometabólicas, aterosclerosis, síndrome metabólico, hipercolesterolemia, resistencia a la insulina, hipertensión arterial, diabetes tipo II, obesidad, enfermedades neurodegenerativas como Parkinson y Alzheimer, dolor neuropático, depresión o esquizofrenia. También aumenta la susceptibilidad al desarrollo de alergias, enfermedades autoinmunes, cáncer y contribuye al agravamiento de procesos inflamatorios agudos o crónicos (asma, dermatitis, enfermedades autoinmunes). 

Las consecuencias de una activación constante de las células del sistema inmune es el gran consumo de recursos (nutrientes, vitaminas, minerales...) y energía. Lo vemos claro por ejemplo cuando el SI se activa frente a una infección aguda. La mayoría de los requerimientos energéticos irán destinados al SI que debe luchar y para ello el organismo le dará prioridad, ahorrando y minimizando el consumo de energía en otros sistemas, para lo cual, disminuirá las funciones de estos sistemas ej: letargo, somnolencia, disminución de funciones cognitivas, reproductivas, falta de apetito). Así pues, también vamos a ver procesos derivados de la mala gestión de los requerimientos energéticos demandados por el SI en estados de IBG como son el síndrome de fatiga crónica o fibromialgia. 

Nuestros genes determinan nuestros puntos débiles, nuestra manera de enfermar (genética), pero va a ser nuestro ambiente (alimentación, estrés, microbiota, tóxicos, etc) el que propiciará inhibir o activar la expresión de dichos genes (epigenética). El perfil de patología al que nos enfrentamos hoy en día los profesionales de la salud es muy diferente al que se nos planteaba hace 100 años. Sin duda y como he planteado anteriormente, en nuestra manera de enfermar actual va a tener un papel relevante nuestros estilos de vida modernos poco saludables. Lo peor de todo es que nuestros niños y niñas no están exentos de estos estímulos nocivos y desde edades muy, muy tempranas se instauran estados patológicos de base inflamatoria. Lo veo a diario en mi consulta. Alergias alimentarias y respiratorias, asma, dermatitis atópica, obesidad, resistencia a la insulina, hipercolesterolemia, enfermedades autoinmunes como celiaquía, diabetes o psoriasis. Enfermedades que en otra época fueron poco prevalentes y hoy en día son la norma en nuestras consultas. Cada vez surgen más estudios que demuestran la existencia de estados inflamatorios de bajo grado desde los primeros años de vida programados ya desde la vida intraútero, condicionados por estados inflamatorios de bajo grado en la embarazada. Esta circunstancia  marcará una trayectoria en el recién nacido y niño que lo predispondrá al desarrollo de trastornos inflamatorios como los anteriormente mencionados. En los años sucesivos del niño, la persistencia del efecto de estos estímulos proinflamatorios y la genética/epigenética individual de cada uno, condicionará su manera de enfermar presente y futura. De ahí la importancia del papel preventivo de la Pediatría a la hora de incidir en la promoción de salud y adquisición de hábitos de vida saludable desde edades tempranas, donde será más fácil modificar conductas cambiando las dinámicas familiares.

Necesitamos un cambio de mentalidad en nuestros niños y sus familias. Que comprendan que la "enfermedad" no es solo una cuestión de "los genes que me tocaron y no hay más que hacer" o un problema que el médico deba resolver sin más. Debemos corresponsabilizarnos de nuestro estado de salud y enfermedad. Cada uno de nosotros podemos hacer mucho por trabajarnos esa salud, prevenir la enfermedad, hacernos más resistentes a ella cuando aparezca y combatirla mejor escogiendo formas de vivir más saludables.   






Algunos estudios...







 

 

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